El libro de Lovecraft
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Durante quince años, los que se fueron entre 1990 y 2005, reseñé con cierta regularidad novedades editoriales. Fue en la Esfera de los libros, primer suplemento literario del diario El Mundo, y posteriormente en el mundolibro.es, suplemento electrónico de este mismo periódico, donde di cuenta -casi semanalmente- de algunas de las muchas novedades que gentilmente me obsequiaban sus editores.
He de insistir en que lo mío eran reseñas porque, convencido de que nadie alumbra un texto mal deliberadamente y dolido por las críticas negativas dedicadas a mi obra por otros comentaristas -a menudo por cuestiones extraliterarias-, jamás denosté ninguna de aquellas publicaciones. Ésa es una de las muchas satisfacciones que aún guardo de entonces. Otra es que de aquellos días -se miren por donde se miren, dichosos-, proceden un buen número de los volúmenes que atesoro en mi biblioteca con el mismo celo que el necrófago Gollum su Anillo Único con anterioridad a la guerra.
Entre los más preciados, de los innumerables tesoros que me proporcionaron mis reseñas -y también entre los más numerosos-, cuentan los títulos de Valdemar, cuyo catálogo era uno de mis favoritos de aquellos días. Original de Richard A. Lupoff, El libro de Lovecraft destaca entre ellos por su singularidad.
Publicado originalmente por Arkham House en 1985, la particularidad del texto radica en ejemplificar el que sin duda fue un deseo de cuantos descubrieron la obra del outsider de Providence en medio de ese interés que despertó en ciertos sectores de la sedición juvenil de los años 60 y 70. Hablando en plata, en cuantos sintonizaron con Lovecraft a raíz de las analogías que su universo presenta con la experiencia alucinógena. Creo que incluso alude a aquellos psiconautas del ácido alguno de los introductores de algunas de las diversas antologías de relatos de este escritor que vengo leyendo desde que, hace treinta y cuatro años, se convirtió en uno de mis favoritos.
Aquellos lectores alucinados de Lovecraft desearon que el autor no hubiese sido un claro simpatizante del incipiente fascismo que asolaba Europa en los años 30 del pasado siglo, un escritor que concibió las monstruosidades que pueblan su universo en base a la repugnancia que le inspiraban los mestizajes, la simple proximidad de individuos pertenecientes a otras razas que no fueran la anglosajona más pura. A sus primeros acólitos, los conocidos como el Círculo de Lovecraft -Robert Bloch, August Derleth, Robert E. Howard, Henry Kuttner, Clark Ashton Smith, Donald Wandrei y Frank Belknap Long-, únicos conocedores de las filias de su maestro ya que éste, guiado por su timidez, no se las expresaba a nadie por más que se perciban en sus textos, éste era un asunto que les traía sin cuidado. De ahí que sea un dato significativo que fueran Arkham House -la editorial fundada por August Derleth, para difundir debidamente la obra Lovecraft- la primera que llevó a la imprenta este texto que a mí, como ya digo, me fue obsequiado en su primera edición española (Valdemar, Madrid, 1992).
No hay duda de que cuando Arkham lo dio a la estampa lo hizo imbuida por ese nuevo espíritu de los admiradores y acólitos de Lovecraft que hubieran preferido que el outsider de Providence ni esos odios ni esos amores. El mismo que inspira a The H. P. Lovecraft Historical Society, impulsores de la espléndida adaptación de La llamada de Cthulhu (Andrew Leman, 2005), en la que soslayan las fobias del escritor. Ese es un sentir generalizado desde el renacimiento -o comienzo del culto- a Lovecraft en los años 60. A excepción de autores como T. E. D. Klein quien, queriendo ser más papista que el papa, incide y ahonda en el racismo del outsider llegando incluso a ser ofensivo con el gran saxofonista John Coltrane en El negro con una trompeta, por otro lado una de las mejores piezas incluidas en Cthulhu 2000 (La factoría de Ideas, Madrid, 2000).
Lejos de esa animadversión, cuando el escritor de ciencia ficción Richard A. Lupoff concibió El libro de Lovecraft lo hizo desde las nuevas perspectivas, puestas en marcha con el nuevo entendimiento surgido tras la contestación juvenil de los años 60, que condenaron las fobias y filias de Lovecraft. Surge así un texto, con trazas de novela histórica, que viene a ser un recorrido por el catálogo de fascismos presentes en los Estados Unidos en los años 20.
George Silvester Viereck -el impulsor del nazismo estadounidense- es un pariente lejano del káiser que quiere hacer llegar las ideas de Hitler al nuevo mundo. Paralelamente, planea montar una serie de bases submarinas a los largo de toda la costa norteamericana para, cuando llegue la hora, invadir el país. Cuenta para ello tanto con rusos blancos, anhelantes del retorno de los zares, como con miembros del Ku Klux Klan. Tras convocar a Lovecraft a una reunión, le pedirá que escriba el Mein Kampf americano a cambio de ver debidamente publicados sus relatos, todavía dispersos en revistas como Weird Tales y el resto de los pulps en los que vieron la luz por primera vez. A raíz de este encuentro, Lovecraft comenzará a pedir informes sobre Viereck a sus más allegados. Ése es el asunto de la novela.
Me ha llamado la atención el capítulo referido a Robert E. Howard. Por más que venerara a Lovecraft, no me imagino al creador de Conan el Bárbaro, tan puritano como su Solomon Kane, investigando entre sus vecinos a algunos dirigentes del Klan a indicación del outsider de Providence.
Cumple también dar noticia de Sonia, la ex mujer del escritor, quien todavía le sigue queriendo, tal y como le hace saber. Si son verdad, como así parece, tal vez sean los apuntes concernientes a ella -una judía rusa, emigrada - lo más interesante del texto. Hace ya diez años, cuando lo leí por primera vez, fueron la primera noticia que tuve de la difícil relación de Lovecraft con su mujer.
Será Sonia quien le presente a Hardeen, ahora su novio. Siendo éste un escapista hermano de Houdini, sabe salir de los lugares más insólitos y su ayuda será de vital importancia a lo largo de toda la investigación.
Pero el gran valor de El libro de Lovecraft es su decidido interés por intentar justificar las filias y fobias del outsider de Providence, asuntos que siempre nos chirriaron a quienes descubrimos a este gran escritor de cuentos de terror desde las perspectivas de esa sedición juvenil ya aludida, aunque no por ello le dejamos de leer con admiración y avidez.
Publicado el 8 de octubre de 2012 a las 10:30.